Fabián González Calderón | Doctor en Política y Gestión Educativa, Magister en Ciencias Sociales y Profesor de Historia y Geografía


Fabián González Calderón | Doctor en Política y Gestión Educativa, Magister en Ciencias Sociales y Profesor de Historia y Geografía.

Conejos y Sombreros de Mago

La práctica pedagógica requiere, no pocas veces, traspasar los límites de lo conocido. Ir más allá de lo que las mentes de nuestros estudiantes han sido capaces de visualizar. Todo aquello que cabe en la idea y en la capacidad de “imaginar mundos posibles”.

Es muy probable que ninguno de nosotros tenga las capacidades mágicas de un ilusionista. Al contrario, trabajamos en situaciones reales y apegados a la tierra, convivimos diariamente con alegrías y tristezas, con logros y fracasos. Nada es muy espectacular en lo que hacemos; y no hay ninguna dama escondida en un viejo baúl que pueda sorprender a la expectante audiencia que cada día anhela una maravilla surgida de las manos y mentes de los y las profesoras. No tenemos ni sombrero ni tampoco un conejo blanco que podamos sacar cuando la sala de clases se torne monótona o cuando el interés de nuestros estudiantes viaje, allá muy lejos, más allá de la ventana y de nuestro propio alcance.

Esto parece un poco más decepcionante en el contexto de un mundo que deslumbra por su realidad virtual en un mapa ilegible de “universos paralelos”. Un mundo donde todos parecen hacer magia, menos nosotros maestros y maestras: la inteligencia humana se torna cada vez más subordinada a la inteligencia artificial y al Bigdata; nuestros algoritmos de tiza y pizarrón parecen perder la batalla contra la “Internet de las cosas” o sucumben ante las ilimitadas posibilidades de las redes y el almacenamiento infinito en “nubes” de información inconmensurables.

Por eso, si nos preguntamos ¿Dónde está hoy lo maravilloso, lo sorprendente, lo increíble o lo soñado? Seguramente, nuestra respuesta no sería “en las escuelas”. Si la pregunta fuera, acaso, ¿Dónde encuentro lo deseado, lo temido, lo desafiante?, ¿Dónde está aquello que empuja a las personas a ir –para bien o para mal– más allá de los límites?

Es poco probable que la respuesta a esa pregunta sea “en nuestras aulas”. Sin embargo, aunque no tenemos ni conejos blancos ni sombreros de mago, las y los profesores seguimos día a día ensayando nuestra mejor presentación. Nuestra mejor actuación con el fin de conseguir la “magia” que tanto buscamos.

Es cierto, nada tiene que ver la vida de las y los educadores con aquel noble oficio de la ilusión y la magia. A diferencia de los magos, nosotros no conocemos trucos, ni pociones, ni sabemos de encantamientos, mucho menos seríamos capaces de adivinar y leer mentes ajenas. Aun así, con un poco de atrevimiento, quiero usar la imagen de los maestros de la ilusión y la magia para hablar de nosotros las y los profesores. Les pido que cierren sus ojos unos segundos y me acompañen.

Comenzaré contando una pequeña historia. A mediados del siglo XIX surgió en las Tierras Altas de Escocia un renombrado ilusionista llamado Jhon Henry Anderson, autodenominado “El profesor”. Su fama se extendió rápidamente desde el norte de Gran Bretaña para luego ser aplaudido en Londres y prontamente en otros rincones de Europa, e incluso más allá del Atlántico. A él se le atribuye la autoría del truco donde un conejo vivo sale misteriosamente desde el fondo de un sombrero.

Sus carteles publicitarios hablaban de los extraordinarios actos que presentaba el “Great Wizard of the North” (Gran Mago del Norte). Es la época en que magos como Anderson competían por las audiencias, ponían al límite sus destrezas, se plagiaban trucos de unos a otros; pero, también se reconocían unos frente a otros y, por cierto, se superaban permanentemente con sus misteriosas y atrevidas performances.

Muchos de ellos, pasaron desde sus precarios shows callejeros e itinerantes a deslumbrar en los grandes teatros y a girar por el mundo en largos tours que los llevaron a recorrer cientos de rincones por todo el planeta. 1*

Al igual que muchos de ustedes, mi infancia también conoció de magos. Pude verlos en televisión, en algún teatro improvisado, en circos o en ferias; claro, sin la majestuosidad que pudo alcanzar Anderson, de quien se dice que actuó incluso para la Reina Victoria y el Príncipe Alberto en 1849.

¿Qué nos enseñan estos fascinantes personajes “maestros” del misterio, la ilusión y la magia? ¿Qué podemos aprender de ellos para la práctica pedagógica? ¿Qué contienen esas experiencias que nos puedan resultar de interés? Me atrevo a bosquejar algunas ideas.

– La práctica pedagógica requiere, no pocas veces, traspasar los límites de lo conocido. Ir más allá de lo que las mentes de nuestros estudiantes han sido capaces de visualizar. Todo aquello que cabe en la idea y en la capacidad de “imaginar mundos posibles”.

– La práctica pedagógica debe reconocerse como divergente, disidente de cualquier encuadramiento de sus métodos, por lo tanto, permanentemente itinerante y en búsqueda constante.

– La práctica pedagógica –como la de los magos– se produce en la tensión entre ensayo y error, entre el acierto y el desacierto. Logros que también son volátiles, pues, se vuelven efímeros con los cambios sociales, culturales o tecnológicos.

– La práctica pedagógica debiera aprender de la observación. Es decir, desarrollar la capacidad de ad-mirar lo que somos capaces de hacer y lo que nos resulta inabordable. En cada acto de observación hay lugar para la crítica y la reflexión. De cierto modo, los magos observaban a su audiencia, tal como esa audiencia no le quitaba los ojos de encima al prestidigitador.

– La práctica pedagógica debería acostumbrarse –tal como acostumbraban los magos– a construir relato propio sobre su quehacer. Contar lo que somos capaces de producir, dar nombre a nuestros logros y ‘actos’ más deslumbrantes.

– La práctica pedagógica es una experiencia dinámica y envolvente, en el sentido de involucrar diferentes esferas de la realidad y del ser humano, por lo mismo, suele moverse entre esas diversas esferas. Un día será como un vuelo en globo aerostático y otro día será el detalle de unas cartas esfumándose en la profundidad de una baraja.

– Y, por último, la práctica pedagógica será siempre acompañada, solidaria, pública y objeto de escrutinio. O sea, nadie trabaja solo, ni trabaja para sí; muy por el contrario, lo hace siempre con otros, para otros y por otros. En la práctica expuestos a la desaprobación y al aplauso.

Es cierto, no seremos magos ni pretendemos serlo. Pero ese oficio –como muchos otros– nos pueden ofrecer interesantes lecciones sobre cómo podemos sobrevivir al desafío diario de convivir, por un lado, con la difícil materialidad inamovible y, por otro, con la ilusión y la tarea de ampliar el horizonte de lo posible y lo imaginable para niños, niñas y jóvenes, pero muy especialmente para nosotros mismos.


1* Lamont, P. & Steinmeyer, J. (2018) The secret history of magic: the true story of the deceptive art. New York: TarcherPerigee